Las declaraciones de Joaquín Lavín han sido interpretadas de más. Se les ha atribuido una profundidad de la que carecen. No tienen mayor significado: son la reiteración de un personaje que hizo de la trivialidad, y a veces del sinsentido, su máxima virtud en la esfera pública.
CARLOS PEÑA
Joaquín Lavín ha querido sorprender una vez más declarándose bacheletista-aliancista; pero, como era obvio, sólo ha logrado epatar a los olvidadizos o a los recién llegados o a quienes por tedio, y a falta de otra cosa, se dejan asombrar.
Y es que despacharse una frase de ese calibre no tiene ninguna novedad:
equivale a bombardear las nubes de Santiago,
instalar vigías en el Paseo Ahumada,
construir playas artificiales en la ribera del Mapocho,
hacer nieve, vender best sellers a empresas públicas,
hacer circular buses para ejecutivos, instalar controles de salud en carpas insalubres,
llevar vedettes a visitar soldados,
declararse devoto de las necesidades de la gente,
delegar las decisiones en plebiscitos,
participar de ritos aimaras,
distribuir alarmas y rejas a granel,
multiplicarse a sí mismo mediante máquinas polaroid,
decretar la muerte de las ideas y su sustitución por las cosas,
declararse enemigo de la política
y sonreír una y otra vez como si nada importara demasiado;
o sea, declararse bacheletista-aliancista equivale a que Lavín haga el intento imposible de imitarse por enésima vez a sí mismo
y por eso, salvo a los olvidadizos, a los recién llegados o a los atrapados por el tedio, la última frase que infligió Lavín no debiera mover a escándalo.
Esa frase simplemente no significa nada, o, lo que es lo mismo, significa lo que aparenta: casi un oxímoron, o apenas un simple retruécano, destinado a sorprender.
oxímoron.
1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador.
1. m. Ret. Combinación en una misma estructura sintáctica de dos palabras o expresiones de significado opuesto, que originan un nuevo sentido; p. ej., un silencio atronador.
A fin de cuentas, la derecha ha probado de todo:
confió en hombres providenciales;
toleró dictadores;
enarboló apellidos que recordaban a hombres providenciales;
puso sus ilusiones en candidatos que reducen lo público al policy making, y cosas semejantes. Quizá sea hora de que se decida a lo más obvio de todo: a hacer política.
En una palabra, si se ha de ejercer correctamente la política, no estaría de más disminuir un poco, siquiera un poco, la trivialidad.
Problemas acerca de los cuales pronunciarse de veras, y hablar en serio, no faltan.
¿Son los padres los que eligen la escuela, o la escuela la que elige a los padres?
¿Debe existir el financiamiento compartido?
¿Es correcto que la escuela reproduzca la herencia?
¿Cuánto deben pesar en la educación las preferencias de los padres?
¿Se debe crear un estado de protección social, o hay que confiar en que cada uno se rasque con sus uñas?
¿Son los derechos promesas de verdad, o simples deseos incumplidos?
¿Deben votar los chilenos en el extranjero?
¿Hay que distribuir la píldora del día después, o dejar la pasión entregada a su suerte?
¿Hay que mejorar el salario mínimo mediante transferencias directas?
¿Son los empresarios un dechado de virtudes?
¿Debemos llevar adelante una política de cohesión social?
¿Estimular algún sentido de comunidad entre nosotros?
¿Y por qué medios? ¿Cuánta desigualdad es tolerable?
¿Qué debemos hacer con las minorías indígenas?
¿Reconocerlas?
¿Esforzarnos para que se asimilen?
¿Y con las minorías sexuales?
¿Tolerarlas a condición de que no se muestren en público?
¿Y los inmigrantes?
¿Basta el sistema de precios para regular el trabajo, o habrá decisiones al margen del sistema de precios?
¿Y qué me dice usted de la justicia?
¿Seguiremos instituyendo a quienes delinquen en la causa de todos nuestros males?
¿Y los conflictos de familia?
¿Es lo mismo fortalecer la familia que promover un único ideal de vida familiar?
¿Ha de haber una política de igualdad de géneros, o seguiremos llamando homicidio al femicidio?
¿Y el transporte público?
¿Deberán proveerlo y financiarlo exclusivamente los privados, o habrá alguna razón para que se llame público?
Y la pregunta del millón: ¿valió la pena tanto sufrimiento?
Ese tipo de preguntas son las que confieren sentido y utilidad a la política. Ninguna de ellas es un asunto de policy making. Son decisiones finales acerca de nuestra vida en común: de eso se trata la política. Por eso, si se ha de ejercerla correctamente, sería bueno no decidirse por las frases y optar de una buena vez por las ideas, por algo que merezca recordarse o discutirse, en vez de insistir en juegos de palabras y en sonrisas que no son más, para qué estamos con cosas, que la enésima imitación de un personaje que, por lo visto, ya amenaza con tiranizar a su autor haciéndolo transitar, sin que él mismo casi se dé cuenta, desde el momento sublime de la primera vez al instante ridículo de la simple reiteración.