Gonzalo Vial
Nos han sorprendido y alarmado las violentas manifestaciones nocturnas del 11 de Septiembre.
Algunas autoridades (por ejemplo, me parece, el subsecretario del Interior) y esos lectores que suelen escribir a los diarios, preguntarían después por las familias de los vándalos —casi niños o francamente niños— que aquella jornada mataron a un policía uniformado, e hirieron gravemente a otro medio centenar.
¿Dónde estaban los padres de los hechores, cuando caían los carabineros enfrentando una lluvia de balas, bombas molotov y piedras ?
¿Dónde, al momento que los negocios, modestos negocios de barrio, eran incendiados y saqueados, y la turba juvenil arrasaba tantos otros bienes públicos y privados?
¿Qué hacían, qué habían hecho, para controlar a sus hijos delincuentes?
Y sin embargo, la respuesta es simple. Esos padres, esas familias no se encontraban allí ni en ninguna parte... para efectos prácticos, no existían. Porque el Chile de hoy, sobre todo el popular, prácticamente carece de familias regularmente constituidas.
Aquella ‘‘de libreta’’ (pues no estamos hablando de matrimonio religioso), que ampara y cohesiona a padre, madre e hijos comunes, es aquí una especie en extinción.
Esto se debe a tres causas fundamentales:
1. A que el ‘‘progresismo’’ no tiene el menor interés en la familia tradicional. Amplifica y distorsiona de tal modo el concepto de ésta, que pierde todo significado y se hace completamente inútil. Puede así ser ‘‘familia’’ la pareja homosexual que cría un gato.
Seres humanos perfectamente respetables, no debe sin embargo aplicárseles un nombre que no les corresponde.
La familia real, institución de dos mil años en nuestra cultura, la forman un hombre y una mujer que viven juntos, se ayudan, tienen hijos, los crían y educan, y solemnizan la seriedad de su compromiso celebrando matrimonio, una segunda institución milenaria.
Ambas han presidido casi todo lo bueno que se ha hecho en Occidente.
Pero el progresista reclama un derecho que cree superior a aquel compromiso: la libertad sexual de ambos cónyuges. Les confiere, pues, el ‘‘derecho’’ a que cualquiera de ellos deshaga la unión cuando le parezca. Y eso, inevitablemente, respecto del que ejerce ese ‘‘derecho’’, destruye la familia que formó. No respecto del otro cónyuge, quien podrá mantenerla —con inmensas dificultades, no sólo económicas sino afectivas— si no sigue el mismo camino y los hijos viven con él. Pero el padre que, habiendo roto matrimonio y familia, no vive con los hijos, no es un padre completo, por su culpa.
Y los hijos que no viven con ambos padres —salvo el caso de los huérfanos—, no son hijos completos, sin ninguna culpa. Esta es la enorme desgracia de quebrar un matrimonio y una familia.
No se trata de juzgar a nadie en particular, ni de pontificar sobre su caso específico, cuyas complejidades apenas pueden ser entendidas, quizás, por los protagonistas, ni de negar posibles excepciones. Tampoco se trata de que la ‘‘libreta’’ sea un certificado de buen matrimonio.
Pero la regla general es la explicada y —por mucho que se irriten los progresistas, cuya característica básica es un individualismo anárquico— la sociedad debe atender a las reglas generales.
Recuerdo un spot de TV del Arzobispado, que enfatizaba los mayores problemas de todo orden que sufren los hijos de matrimonios deshechos... un lugar común sicológico. Pero un grupo de sacerdotes montó en cólera. ‘‘Se ofendía’’ a aquellos muchachos, dijeron.
Nunca sirve esconder la verdad de las cosas, y ella ‘‘hace libres’’ a las personas, no las ofende.
El efecto del progresismo matrimonial en el pueblo chileno ha sido espantable. Desde luego, económicamente. Si el 30% de los hogares gana menos de 250.000 mensuales (encuesta CASEN 2006) ¿habrá en ese 30% muchos varones que con suma tal mantengan dos o más mujeres y los hijos respectivos? Ruptura del matrimonio y de la familia popular, es miseria.
Y eso que hablamos de los hombres que proveen EN ALGO a la subsistencia de los hijos que abandonan. Pero los hogares que son mantenidos por ‘‘mujeres solas’’ aumentan sin cesar . En el Censo de 2002 eran 471.000, 31,5% del total, 6,2 puntos porcentuales más que diez años antes. Y la cantidad y porcentaje siguen subiendo.
Cada vez son más, por ejemplo, las madres primerizas NO CASADAS. El año 1986, eran el 42,1%, proporción ya alta; el 2004 fueron el 72,7% (La Tercera, 12 de enero de 2007).
Esto indica que de la cultura popular van desapareciendo ‘‘marido’’ y ‘‘mujer’’ —los retrógrados de la libreta—, reemplazados por la ‘‘pareja’’... el paradigma sexual de los progresistas.
Entre los pobres chilenos, la pareja masculina es el gallito, el ‘‘macho’’, un semental temporero, que viene y se va cuando quiere; que provee poco o nada; que no tiene ninguna responsabilidad respecto a la mujer; para el cual los hijos anteriores de ésta (que comúnmente lo odian) carecen de la menor importancia y son, también comúnmente, objetos de violencia o aun de abuso sexual; y los hijos propios no están mucho mejor...
¡Este es el ‘‘padrastro’’/pareja que, se supone, va a arriesgarse sacando al hijo de su conviviente de la balacera y los destrozos nocturnos!
¿O se pedirá que lo haga la infeliz madre/conviviente, o sola, que apenas junta con qué parar la olla de todos, a menudo trabajando por una paga mísera, para lo cual debe viajar dos o tres horas diarias de ida, y las mismas de vuelta... y en el Transantiago?
¿Será ella quien salga de noche, entre las balas y las molotov, y a la única luz de los incendios... mujer sin marido a la desesperada busca de sus hijos sin padre?
Bajemos a la tierra, a la realidad.
2. A que el progresismo, como no le importa nada la familia verdadera, tampoco la protege en nada. Conservar el matrimonio, tener hijos, criarlos, educarlos... en Chile no significa ningún beneficio.
Incluso PERJUDICA.
Ejemplos:
—Los casados, aunque estén separados totalmente de bienes, si conservan cualquiera de éstos en comunidad, deben presentar declaración conjunta de impuesto a la renta global complementario. Es decir, declarar como si fuesen una sola persona. Con lo cual, por ser el global un impuesto progresivo, PAGAN MÁS. No sucede lo mismo con los meros convivientes que tienen bienes comunes. Declaran en forma separada y pagan menos.
—Ser casado no da ninguna ventaja en la postulación a subsidios del Estado para adquirir viviendas sociales. Al revés, el matrimonio sólo puede postular a UN subsidio. Los convivientes pueden, actuando separadamente, optar a DOS subsidios.
3. A que el progresismo no sólo abandona la familia verdadera, sino que —consciente o inconscientemente— la persigue, propiciando legislaciones, regulaciones o campañas que conducen a destruirla o impedir que se constituya.
Ejemplos:
—La norma reglamentaria que permite a una mujer de 18 años, casada, sin hijos y analfabeta, exigir de los Servicio de Salud la esterilización SIN NECESIDAD DE CONSENTIMIENTO NI CONOCIMIENTO PREVIO DEL MARIDO.
—La permisividad e incluso la estimulación y banalización del sexo adolescente. El afiche de la penúltima o antepenúltima campaña oficial del SIDA, exhibido en todos los microbuses, mostraba a una escolar DE UNIFORME haciendo propaganda del condón, contra un fondo que describía las diversas posturas del coito. Y el afiche 2007 de la misma campaña —que el Ministerio de Salud pide que los colegios difundan— contiene la foto de dos travestis (una ‘‘familia’’, supongo) mirándose romáticamente, con la leyenda: ‘‘Diferentes miradas... diferentes amores’’.
Por supuesto, el sexo adolescente conduce a la maternidad adolescente, que excluye como regla generalísima el matrimonio y la familia. En Chile, el 17% de los nacimientos anuales corresponde a madres de 15 a 19 años, para 11% de las cuales es el segundo parto. Y casi el 2% del total de nacimientos al año es de madres MENORES DE 14 AÑOS (La Tercera, 12 de enero de 2007).
—La ley de divorcio, que al establecer la disolución del vínculo por repudio unilateral, después de tres años de abandono, elevó este crimen social—dejar botados a cónyuge e hijos— a la estupefaciente categoría de CAUSA LEGITIMA PARA DISOLVER EL MATRIMONIO.
Podría pensarse, cínicamente, que los pobres chilenos usarán poco el divorcio, pues cada vez se casan y casarán menos. Pero es la señal la que importa... la señal que dio el legislador: que matrimonio y familia son desechables.
A aquella señal fatídica concurrió, no debe olvidarse, la Democracia Cristiana, que desde su fundación y durante casi setenta años había tenido la indisolubilidad del matrimonio y el rechazo al divorcio como punto esencial de su doctrina. ¿Se recordará este ‘‘hito’’en el próximo Congreso Programático de octubre? Y tampoco sería justo olvidar que los tres años de abandono eran cinco, y se rebajaron a tres gracias al voto, que rompió un empate, de un senador RN. Ni que varios parlamentarios de estas tiendas políticas —¿ingenuidad? ¿tupé?— dijeron que aprobaban la ley de divorcio en el entendido de que pronto habría una eficaz ley de Tribunales de Familia. ¡Tribunales de Familia!
De esta manera, van desapareciendo de Chile, y especialmente de los sectores más modestos, el matrimonio y la familia. Ya casi son idénticos en número los nacimientos anuales dentro y fuera de matrimonio, que en 1990 eran respectivamente dos tercios (dentro) y un tercio (fuera). R.I.P. al matrimonio y a la familia ‘‘con libreta’’. Pero, cuando menos, no seamos descarados... después de destruirlos, no les echemos la culpa del desenfreno de los hijos sin padres ni hogar.
COMENTARIOS
Vial sabe perfectamente que en los sectores populares el matrimonio nunca ha sido la constante. Esa imagen que señala que en Chile, en un pasado imaginado, predominaba el matrimonio y que el "progresismo" los habría destruído es históricamente falsa (Vial, en columnas anteriores ha mostrado cierto respeto por Salazar, por lo que puede haber leído "Ser niño huacho en la historia de Chile).
Si hacia mediados de siglo XX el matrimonio en estos sectores aumentó, fue producto de políticas estatales que limitaban los beneficios sociales a los matrimonios constituídos, esto como una forma de estimular este tipo de unión. Una de las consecuencias no deseadas de esas políticas fue la odiosa e injusta diferenciación entre hijos legítimos y naturales (curioso eufemismo).Por otra parte, en Chile y en el mundo disminuye el matrimonio, no la familia.Por ultimo, el que se quiera casar que lo haga, nadie se lo impide. El que se casó y se quiere divoricar que lo haga también, de igual forma que quienes hemos decidido forma una familia y no se nos ha pasado por la cabeza casarnos.
Eso es simplemente libertad.
Posteado por: Renato Gazmuri